Cuando pensamos en adopción lo primero que se nos viene a la mente es lo complejo, lento y engorroso que puede ser este proceso. El tiempo no sólo afecta emocional y físicamente a las personas que inician los procesos de adopción, sino que también a los niños y niñas debido a que se alarga el tiempo de vivir en condiciones de mayor vulnerabilidad.
¿Por qué es importante que los niños y niñas puedan vivir en una familia que les brinde cariño, protección, seguridad, contención y salud? Porque estos factores son cruciales para su crecimiento, desarrollo y bienestar. Además, la evidencia científica nos muestra que la primera infancia es un período de especial sensibilidad en relación con las experiencias que promueven el desarrollo.
Estas experiencias que son fundamentales en los primeros años de la vida provienen de cuidado cariñoso y sensible, y la protección recibida de los padres, la familia y la comunidad. Esto trae beneficios a lo largo de toda la vida, que se traducen en una mejor salud mental y física, un mayor bienestar y una mayor capacidad para aprender e ir enfrenando los desafíos de la vida cotidiana.
La adopción puede representar esa oportunidad donde las interacciones afectuosas, enriquecedoras y protectoras podrían favorecer la progresión del desarrollo integral y, además, proteger a los niños y niñas del efecto negativo del estrés y la adversidad. El permanecer más tiempo en residencias u otro tipo de instituciones se ha asociado a mayores problemas del desarrollo y otros riesgos relacionados con aspectos socioemocionales y de salud mental.
Se hace necesario que se continúe mejorando los procesos de adopción y que se cuente con un acompañamiento adecuado para las familias y niños y niñas. Se hace urgente poder construir un buen camino de transición desde la institucionalización a la desinstitucionalización. De esta forma podríamos favorecer una trayectoria más positiva y llena de posibilidades y oportunidades para los menores.
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