Los rincones escondidos de Pedernales y Sobrante, por allá en Los Altos de Alicahue, provincia de Petorca, guardaban mitos y secretos durante siglos. A fines de los años cincuenta un pequeño de nombre Benicio, recorría los campos antiguos heredados de la colonia, con miles de vacunos overos pastoreando en las praderas naturales, buscando guarecerse en solitarios árboles, para escapar de un riguroso clima, donde el sol resquebraja la tierra. De hecho, su nombre indígena se traduce como “paraje reseco”.
El caballo de su padre Santiago, giraba tan rápido como el remolino de mediodía, chúcaro como su alma, quien trajo al mundo once hijos de dos parvadas. Doña Mercedes, su madre, agitaba una delgada lata oxidada, avivando el fuego de un brasero de fragua, en las frías tardes de aguacero. El corredor mostraba una gran cuelga de cebollas de guarda, dos trenzas de ajos, charqui de oveja, cinco conejos destripados y dos bancas de palo, para el descanso y charlas de la oración.
Un largo camino de tierra distribuía las casas en ambos costados, dicen que el tiempo se ha detenido, la mirada de sus habitantes no se inquieta con el murmullo de la naturaleza, con los grillos de primavera y el canto de las ranas en verano. Siguen observando el tránsito de ovejas y vacunos escalando su cordillera, los rodeos de marcaje, señaladas y capaduras, la cantina semi clandestina de una ajada esquina y la marcha sostenida de una juventud ávida de sorpresas por vivir. Son otros tiempos y las obligaciones en el fundo la Reserva de Alicahue, que desde los dieciocho años realizó don Benicio ya han quedado en la historia.
Buscamos a don Benicio Muñoz Muñoz, lugareño de esos campos, quien ha efectuado todos los oficios que la vida le mostró en ese particular lugar, donde los ríos alimentaban la fauna, ganadería, cultivos y plantaciones. Sus innumerables quebradas gritaban peculiaridades como una que nos interesada de sobremanera, la “Quebrada del Matuasto”. Leyendas, fábulas, desconocimiento y admiración, provoca este curioso reptil endémico, que decidió vivir de manera exclusiva en esos rincones generosos de historia de don Benicio.
Las rocas del lugar, especialmente las circundantes a la Laguna del Chepical y Piuquenes, desde siempre ofrecieron vistas de los ahora famosos matuastos, y recuerda sus encuentros sorpresivos e inquietantes cuando era un pequeño. Se describen como animales de millones de años y que alrededor de siete especies habitan nuestra cordillera, sin embargo, sólo el 2010 fue correctamente clasificado por Núñez et al como Phymaturus alicahuense. Sin duda ese rincón es especial y quisieron ser protagonistas eternos, sólo en aquel jardín de los mini dragones.
Se emociona al recodar la “Rodeada de la Arena”, a su padre Santiago, como mariscal de campo, a cargo de los piños, cuando durante varios sacrificados días, juntaban más de tres mil cabezas de ganado cerruco, a finales de otoño. Como si fuera ayer se ubica con el pensamiento en las comunidades de Alicahue y Paihuén, donde debían apialar alrededor de mil toros para realizar las labores de rigor. El “toro malo” o “toro huacho” le retumba y los corrales de piedra se le presentan en imagines repetidas. La polvareda de los piños tapa todo el sector, similar a la subida de las nubes que cubren faldas y cumbres de las cordilleras interiores.
No olvida los relatos y cuentos de sus ancestros, herederos de las culturas indígenas, que traspasaban de generación en generación, los ritos y creencias de que los animales eran los antepasados de los hombres, y donde al más puro estilo de “Juego de Tronos “los matuastos” o mini dragones eran poseedores del fuego. Elemento indispensable para que los hombres pudieran cocinar sus pertrechos en los primeros tiempos. En más de alguna oportunidad uno de estos apuestos lagartos se le paró de frente a don Benicio y reconoce con hidalguía que con apuro retrocedió.
Los caminos del mil cuatrocientos se divisan a lo lejos, esos de los incas, recorridos muchas veces por don Benicio y su padre, las rocas escritas permanecen indelebles, el silencio del páramo sólo lo ahuyenta la disputa de un águila y un cóndor por una dominancia territorial. La historia recuerda la gran ganadería de las Haciendas Alicahue y San Lorenzo, el corral de La Arena, la creación de la laguna El Chepical, los estilizados guanacos, el dragón alicahuense, el tiempo detenido en la calle central y la seguridad de una zona libre de caza, al menos hasta 2029.
Un duro del campo camina de la mano con su viejita Ester, la de las conservas Alicantén. Le quedan mil historias, y no amilana en su defensa del territorio alicahuense. No conoce otros pagos y ni que lo obliguen. Dos chauchas y un peso, guarda de recuerdo de su padre Santiago, de su época de pulpería, y sigue en la lucha con la geomensura y plantaciones. Mira con orgullo los cinco hijos que trajeron al mundo, llega a su corredor, agarra la delgada lata de su madre Mercedes y avienta el viejo brasero de fragua para calentar agua en un antiguo choquero, en honor a sus inolvidables viejos.
Crónicas de pueblo agradece a Benicio Muñoz Pizarro quien, emocionadamente, recuerda a su padre, inserto en su querido Alicahue y como deportista no olvida desbordes y amagues de un wing izquierdo de estilo irreverente, que lo dejo todo en las canchas de la vida.
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