Jueves, 25 de Abril de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Canelita, la herencia de Los Villaseca …

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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Corrían los años cuarenta y don Pascual Villaseca había terminado el floreo de su fruta y hortalizas,  siempre en la cercanía de San Miguel en la comuna de San Esteban. Un camión tres cuartos plano, moderno para la época, repleto de cajones torito y fondo de papel de diario, muy bien estibados y amarrados con cordeles de cáñamo, era su capital. El camino tenía destino a la Vega de Santiago. No podía evitar la cuesta de Chacabuco y de madrugada partía, dejando a doña Raquel Salgado, su esposa, básicamente con el credo en la boca.

Seguramente la tradición del Canelita, la podríamos encontrar en generaciones que anteceden a don Pascual, sin embargo, el relato directo lo encontramos en sus hijos Silvio y María Eugenia, destacados vecinos de La Florida, quienes depositarios de la receta tradicional, acceden a compartirla, al parecer sin ingredientes escondidos. Don Pascual, agricultor y comerciante, preparaba el brebaje para compartirlo en tradicionales celebraciones familiares de fin de año y fiestas patrias.

Una herencia de los antepasados, conocida por siglos y siglos como hierba medicinal, se arrastra en los suelos cordilleranos, es el “pacul”, la que se encuentra en un estado vulnerable, al ser extraída desde la naturaleza para obtener la tintura de ratania (enjuagador bucal), desde sus raíces. La leyenda de Los Andes va como infusión en la extraordinaria canelita, y es la responsable del tono rosado del brebaje. Doña María Eugenia rápidamente relata la fórmula y como recordando a su padre, el pacul, es lo primero que destaca.

Sigue con la receta, derribando mitos y descubriendo el proceso, mas no podemos dejarla que avance sin consultarle sus vivencias juveniles, pues doña Eugenia ha sido una mujer adelantada a su época. A fines de los años 50 se formaba como profesora normalista de educación general básica en la Escuela Santa Teresa, dependiente de la Universidad Católica, en la ciudad de Santiago. Sus pasos pedagógicos los encaminó en su natal comuna, en El Higueral y Foncea, donde miles de alumnos pasaron por su caligrafía y sus colegas por el Canelita.

A don Silvio lo conocí arriba del caballo, recorriendo San Miguel, al estilo de la hacienda, ese huaso del 1900, de correcto sombrero de paño negro, aperos forrados en cuero crudo y espuelas antiguas chapeadas. Un agricultor tradicional, sabedor de la historia de la tierra andina y que junto a su sobrino Alejandro supo también de innovaciones al cultivar lechugas hidropónicas. En pichangas, cabalgatas y rodeos, nunca dejó de estar al aguaite con la mítica canelita, esa realizada en la casa y de manera ceremonial junto a su hermana Eugenia.

Esperábamos que don Silvio se extendiera en los ingredientes y pasos del ponche, sin embargo, la profesora llevaba la voz cantante. Explica que la base obviamente son los ingredientes, esos que buscaba su padre, don Pascual, supervisado de cerca por doña Raquel. Parte por su cenicienta planta cordillerana, el pacul, canela, clavo de olor, aguardiente y azúcar a gusto. Vemos que los hermanos tienen sus miradas y matices particulares del proceso, pero está claro que doña Eugenia tiene más fresca la expertiz.

Esa cocina antigua tradicional, nos transparenta sus secretos y los aromas indescriptibles del hervido de pacul, canela, clavo de olor y azúcar, inundan el ambiente, los tiempos son su misterio, pues el fuego perdura hasta que el color sea el indicado, ese que su costumbre determina. El brebaje ya camina en reposo, hacia el enfriado y una vez que se encuentre tibio, llega el destilado artesanal que es el aguardiente. Don Silvio con entusiasmo agarra un cucharón y se desahoga con el enigma de los Villaseca. Se realiza la etapa de agitar la mezcla hasta el enfriado.

Una despensa fresca y en semi penumbra, característica en las casonas tradicionales, lo hace madurar por unos días, hasta que el embotellado termina el proceso. Un corcho natural permite el intercambio gaseoso que el brebaje, herencia de don Pascual necesita. Alejandro Opazo y su hija María José, colaboran en esta última etapa, convirtiéndose en la tercera y cuarta generación que la memoria y los registros permiten contabilizar.

Uno de los camiones de la década del 60 de don Pascual, aún lo podemos observar en la calle La Florida, un verde intenso recuerda sus viajes a la Vega, sus negocios de frutas y hortalizas, los credos de doña Raquel y la infancia de nuestros relatores, doña Eugenia y don Silvio. También esa reliquia mecánica nos lleva a sus cultivos de sandiales y la vieja costumbre de la época de esperar con un refresco de canelita, muy helado, a la sedienta clientela.

 

 

 

 

 


 
 
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