Miercoles, 10 de Septiembre de 2025  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural…Los guapos del barrio …

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero.

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Quién no sabe que, para ser guapo de barrio, hay que ser baja de estatura, cómo si esa condición marcara a fuego una especie de compensación que la naturaleza entrega. Fundamental la locuacidad manifestada, generalmente con movimientos que marcan una presencia desde lejos. Un carácter que podría ser fuerte, pero más bien de seguridad en sus potencialidades. El campo no está ajeno a estas máximas y no está demás conocer los sabrosos diálogos que entre ramas, cercas y troncos se da, entre un chincol, chercán y cachuo.

Doña Teresa, desde pequeña, observó las peculiaridades del inquieto chercán, mucho antes que migrara a los barrios urbanos y presumiera ante otras cantoras aves. En cercos de espinos, comunes en el campo antiguo, solían hacer nidadas las gallinas camperas, perderse y echarse a empollar, en esas circunstancias, el chercán era una especie de guardián, pues avisaba con su canto si merodeaba alguna culebra, en busca de esos huevos incubados. Razón tiene, recuerda doña, de ser catalogado como guapo del barrio.

Sin mayores presentaciones don Chincol, interviene en la conversación a través de un melodioso canto, donde pregunta si “han visto a mi tío Agustín”. Él sabe que su entonación dista mucho de los otros dos contertulios y repite el canto, agudizando las notas. Los murmullos del chercán y cachúo, denotan que sus fortalezas no van por el coro y dan un viraje al dialogo, haciendo mención a la figura similar al gorrión que tiene el chincol.

El sol entra por las ramas del maitén, donde orgulloso, el cachúo muestra tornasoles de amarillo y rayas negras, infla su pequeño plumaje, muestra algunos saltos uniformes y se posa en la rama más extrema para exhibir su grácil figura. Con gorjeos tranquilos marca su presencia en potreros colindantes a villorrios perimetrales y a veces, intrépidamente, se atreve en jardines donde divisa algún árbol nativo, plantado por un romántico o entusiasta ecologista. De a poco marca territorio el tercer guapo del barrio.

Con un café franciscano pintando sus plumas, el pequeño chercán, ha cubierto el poblado, sin embargo, su intrépida colonización lo tiene triste y abrumado. A pesar de ser “choro”, debe volver continuamente a los suburbios, pues el sonido abrumador de la ciudad no lo deja comunicarse con la hembra. Sus ondas sonoras no son captadas y la especie podría desaparecer de las urbes si no hiciese ese ida y vuelta. Mas su habilidad aún lo deja ver en el interior de jardines urbanos en épocas lejanas al celo.

Con la espina clavada el chincol, respecto al comentario que parecía gorrión, espera pacientemente el encuentro con sus ocasionales rivales. No tarda la junta en un violáceo jacarandá. Desde lo alto invita a sus detractores, sabiendo que sólo él puede alcanzar mayores alturas. Una vez que queda claro ese reto, muestra su característico jopo o corona, argumentando que sólo las aves ornamentales lo poseen, y los invita a reconocer dignidad y respeto. Los murmureos repetitivos son irreproducibles.

Eso de la dignidad y respeto, el pequeño cachúo, no se la “compra “al chincol, pues él también destaca unas plumas parecidas a cachitos, y de ahí su nombre. No tiene inconvenientes familiares y normalmente se muestra con su pareja y a diferencia de la mayoría de las aves no presentan dimorfismo sexual, son todos unos adelantados a los tiempos. Construye elaborados nidos en tupidas ramas y multiplica su familia con dos posturas de tres huevos en la temporada. Esconde su descendencia sin complicaciones, pues este intrépido del barrio, sólo llega a pesar entre 8 y 10 gramos.

El hábitat original del chincol es de terrazas nortinas y media falda de cordillera, dónde árboles y arbustos escasean, lo que los hace nidificar por costumbre en los suelos. Dicha conducta no se ha modificado en la urbe, lo que lleva a los otros dos amigos a mirar con cierto desprecio, conversando en voz alta que hay que tener distancia con los ratones. Esto hace meditar al guapo chincol y ya comienza a buscar ramas para construir un nido en la hojalata de una desmembrada canaleta. De reojo los mira, mientras acicala una especie de barba bajo el cuello.

En ciclos donde las condiciones naturales nos invitan a la desconfianza, donde nuestros hábitos nos llevan a retroceder a la barbarie, donde cuesta nuestra convivencia, el campo nos regala estas visitas, sólo hay que aprender a observarlos o escuchar su xeno canto. Dicen que cuando oyes un chercán cantando lejos del río, se nos viene un año lluvioso. Que el chincol no claudica en la búsqueda de su tío Agustín y donde el hermoso cachudito nos mira con la máxima tolerancia, esa que tanto nos cuesta.

Se observa que estos afuerinos de los campos antiguos ya se están “aquerenciando “en los ambientes urbanos, y no es casualidad que sean los más pequeños los que intenten ingresar en la jerga de los guapos del barrio. Si bien pueden tener alguna pendencia de vez en cuando, no es nada más que un breve “palanqueo“, pues aún no se instalan definitivamente y sólo se encuentran en las urbes a “medio morir saltando “.

 


 
 
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