Domingo, 4 de Mayo de 2025  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Caballos atados a orillas del camino …

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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Los Andes ha ido cambiando, qué duda cabe. Sin embargo, la estrecha relación del hombre de campo y los caballos no se ha detenido, posiblemente sea mayor ahora que a mediados del siglo pasado. Quizás puede haber variado algunas costumbres, más no la impronta de la relación. Esa preocupación por el fardo invernal, el techo de la pesebrera, la carpa de abrigo o la simple estaca que lo ataba con soga larga a la orilla del camino.

Ramón Garrido a mediados de los 60, solía amarrar su yegua mulata a pastar cerca de casa. La Chaucha y su característico relincho, al ver la soga y destorcedor que impedía enredos de manos y patas. Las ballicas de cerco saciaban y entretenían en largas jornadas de verano, cuando los verdes pastos no abundaban.

En los campos pasados, los inquilinos de a caballo, vaqueros y ovejeros, solían tener su caballada en lejanos potreros que rotaban, según la curva de los pastos, generalmente terrenos con praderas naturales con arboles que ramoneaban y servían de albergue para sombra y protección de los aguaceros que se iniciaban sagradamente en el mes de abril.

Cada tres a cuatro días de trabajo, cambiaban su monta para no cansarlos excesivamente. Generalmente cada inquilino disponía de unos 5 caballos para las labores de la vaquería, sin embargo, ante la eventualidad mantenían una segunda monta en las cercanías de la casa, la que ataban a orillas del cerco. Una yegua mansa como la Chaucha, para las visitas o para imprevistos paseos que la señora de la casa solía realizar con una elegante manta que cubría su pierna cruzada en la montura inglesa.

La Chola, Gitana y Modelo también se rotaban como alternativa en las labores caseras, todas mansas y de pelo para que los pequeños pudieran galopar en tardes de verano. Todas mansas para que no se espantaran cuando velozmente pasaba el camión amarillo de don Calafate en destino a la mina de tierras blancas. Todas mansas para recibir las caricias al llevarlas cansinamente a beber el agua de una gran tina, bajo el ciruelo antiguo de frutos amarillos.

Los camperos en los potreros cerro adentro, emitían un grito característico a la caballada, para que se acercaran y poder pillarlas, para cambiar de piara. No era cualquier grito, era el sonido del amo, de su compañero de largos caminos, cuidador y cómplice en los avatares de la vida. El viejo Ramón sólo silbaba al colorado Corazón, quien a pesar de su estampa imponente se acercaba bufando con humildad faldera.

El tranco del pingo, determina muchas veces el cuándo ensillarlos, dependiendo del trabajo que se va a realizar. La marcha es característica de cada yegua o caballo, es increíble como cada uno se diferencia. El Corazón, sin ser de ritmo muy acelerado, sus cascos firmes y seguros eran especiales en las faenas de laceadas, de manera que en las bajadas de la invernada de los vacunos cerrucos, el gran colorado hacia gala loma abajo tras los bravíos novillos y vaquillonas.

En tareas de inviernos rigurosos, la Huincha, era una yegua para el barro, la colorada pisaba ligero y firme, muy ágil para rienda, en cualquiera mano, especial para ir a buscar terneros chúcaros que se salían del rebaño. Manca altiva pero muy generosa en las faenas, sus orejas paradas y atenta a los movimientos que le pedía el jinete, bajo su manta negra de castilla. Ramón se emocionaba en la respuesta que le daba la yegua, arreglada por el recordado huaso Contreritas de Peñaflor.

En la actualidad, donde los caballos se han mantenido principalmente para el ámbito deportivo, podemos observar grandes pesebreras, en el pasado sólo eran pajales, pero los campesinos se esmeraban en su comodidad, limpieza, cajones con verdes panes de alfalfa, agua fresca, piso seco, buen techo y ese olor embriagador de pasto, bostas y pasión.

Imposible es poder descubrir toda la relacion que puede darse en esta dupla, como se ha ido amalgamando y madurando en miles de años. Desde que los pingos galopaban silvestres y se reconocían sus capacidades, formando las tropillas con potros y madrinas dominantes que los hicieron sobrevivir en todas las latitudes.

El silbido al Corazón o la soga que ataba la vieja Chaucha a los cercos del camino, hacen mirar en parte la impronta del campesino y su pingo, esa relacion muchas veces desconocida que hace acelerar el pulso, bajo el poncho de todos los Ramón Garrido de nuestros campos.

 


 
 
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