Pienso y estoy convencido de que hay mucha vida tras la edad administrativa o laboral que representa el fin del “trabajo real”. Los 65 años no es el fin de la vida, ni mucho menos, es una buena edad para continuar la persecución de los “anhelos”, esos deseos por hacer y dejar constancia de cuales fueron nuestros ideales. Y mucho mejor si no nos creemos la edad que vamos cumpliendo. ¡Yo nunca pienso en los años! A partir de esa edad se pueden reencontrar vocaciones y aproximarse lo más posible a esa otra vida, la vida ideal, que todos o muchos hemos anhelado y que sólo algunos pueden llegar a realizar.
En estos años de “edad avanzada” es cuando se puede ir conjuntando la vida real con la vida idealizada. Deberíamos decirnos más a menudo que solo somos mayores si así lo hemos querido. Mi caso comprendo que es atípico, ya que mis cometidos son, en muchos momentos, objetivos que requieren una enorme energía física, que hay que conservar y emplear con cierto ingenio. La mayor parte de las personas dejamos de entrenarnos y de estudiar en cuanto hemos alcanzado una posición social. Poco a poco la comodidad nos aleja de la juventud y, con ella, del esfuerzo.
Pero si permanecemos firmes en los deseos de la vida, sea esta la que sea, y continuamos con los mismos hábitos juveniles, la juventud que tuvimos nunca nos defraudará.
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