Los fríos invernales del Aconcagua no disfrutan de su canto, tampoco las alturas del granero abrigan sus retintos plumajes, ni las ramas desnudas de los nogales afirman sus bandadas. Estas aves migratorias miran al norte desde que en abril eran las lluvias mil y se refugiaban en las templadas latitudes septentrionales.
Don Beña en Calle Larga, junto con bromear de haber pasado agosto, notaba que en los primeros días de septiembre se hacían escuchar los trinos bulliciosos de estas aves, que flacos retornaban a colonizar nuevamente los potreros del valle. Temperaturas más abrigadas y niveles hormonales exacerbados hacen que lleguen las bandadas, a pesar que la época no dispone abundancia de alimentos y deben escarbar granos enterrados y cosechar semillas silvestres.
Esta ave americana, se mueve en todo el continente, a través de varias subespecies y contribuye a leyendas en la cultura de países vecinos. La historia campesina lo asocia a los antiguos y característicos “espantapájaros “que complementaban el paisaje de las chacras del 1900. Como no recordar el jolgorio que se producía al picotear las muñecas de los choclos, los capítulos helio trópicos de las maravillas o las cimbreantes espigas de las cementeras de trigo.
Desde el chaco paraguayo, aguerrido pueblo bilingüe, donde los indígenas guaraníes cuentan su leyenda sobre esta singular ave. Se relata que el tordo renegrido o mulata entró en la lucha de la disputa por la superioridad del mundo de las aves, junto a otras tan poderosas como gavilanes, halcones, chimangos, jotes, cuervos y caranchos. El tordo, apenas sobrevivió entre las lenguas de fuego que provocó la reyerta, quedando para siempre con su negro tornasolado.
Ave paseriforme de la familia de los estúrnidos, la que, con alegría y astucia, convive con loicas, diucas, zorzales, chincoles, tórtolas y chercanes. El tordo pertenece al gran grupo de los pájaros cantores y que pueden dormir agarrados a las ramas, al disponer de cuatro dedos, tres hacia adelante y uno hacia atrás, con un tendón tensor que le permite afirmarse en los árboles.
Gauchos argentinos atrapados en su mirada criolla, atentos a la naturaleza, también sucumbieron a una leyenda de esta atractiva ave. Es así que, observando su conducta, relatan como los tordos se quedaron sin nido. Dicen “que la vizcacha realizó una fiesta justo el día que se enseñaría como construir los nidos, la mayoría de los pájaros se disculparon, sin embargo, el tordo, su esposa y la lechuza si acudieron. Allá estaban ranas y grillos comiendo y bebiendo por un buen rato. Cuando los tordos regresaron los demás pájaros ya tenían los nidos construidos. Esta situación, la verdad, no le importó mucho y desde ahí comenzó a colocar sus huevos en los nidos de otras aves.”
A mediados del siglo XIX, colonias de tordos atravesaron la cordillera desde Argentina, encontrando condiciones favorables en Aconcagua, haciendo comunidades gregarias que se alimentaron con semillas de los potrerillos e insectos asociados a la producción ganadera. De hecho, es común observarlos sobre el lomo del ganado. La condición productiva andina de esa época, de siembras de rulo, lecherías y crianza, favorecieron su asentamiento.
Doña Charo en San Rafael, Curimon, ha observado en primavera como los machos y hembras reconocen territorio, volviendo de año en año, incluso ocupando los mismos nidos. Revolotean y cantan atrayendo la hembra, conquistándola y haciéndola única pareja. Ocupan nidos de otras aves y depositan entre 4 a 5 huevos blanquecinos o azulados, los que son empollados por otras especies por unos 10 a 11dias. Curiosamente los pichones son mas grandes muchas veces que la madre nodriza.
Las bellas y astutas mulatas, las okupas de primavera, se reproducen en dos a tres nidadas por temporada, las especies vecinas les prestan abrigo en lo que se conoce como un” parasitismo de puesta”. Las crías nacidas en el valle, tendrán la información genética para volver temporada tras temporada, en las migraciones regulares, coloreando y desordenando así los pastizales, arboledas y poblados de Aconcagua.
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