Viernes, 26 de Abril de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Mocoen vigila el Aconcagua …

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

 

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Don Mateo, afirmado en el corralón de su caballo, no dejaba de mirar el cerro Mocoen. Sus potreros de cebada y alfalfa le dejaban un plano infinito de horizonte, en el sector de Foncea, entre San Esteban y Santa María. El sonido del agua de riego, de un canal cercano, lo transportaba a la época en que recorría la precordillera detrás de los vacunos cerrucos, en los años donde las razas no eran claras y los criollos sobrevivían afirmando sus pezuñas espiadas, en los laberintos y precipicios.

Ese patrimonio que nos observa, enclavado en la precordillera, con estribaciones o ramales cortos de media montaña, albergaron a incas y picunches que nos legaron alfarería y pucarás, además de toda esa cultura que podemos sentir al recorrer ese camino amable entre ambos portezuelos, que ingresan por la primera quebrada, de la ruta internacional.

Puede ser que la cultura urbana, en su mirada actual, choque con las construcciones modernas y no alce su mirada a los cerros del entorno, mas nuestros antepasados sí que lo hicieron y caminaron los senderos que los llevaron a abrazar al “muncu” “ngen”. Ese ser curvo, que se muestra con una cumbre central principal y dos menores, a modo de escolta. Pareciera ser imperdonable que tan preciado coloso sea disfrutado y conocido por andinistas de otras regiones, más que por gente de la zona.

Ernesto Caicedo, vaquiano del lugar, observó un relicto de Vizcachas en sus bostezos de media mañana. Hermosos ejemplares que en turno vigilaban sus roquerías, que hacen suyas en las noches frescas de cerro. Estos macizos solitarios también albergan las liebres que han huido del rifle certero de los cazadores. La cadena alimentaria funciona y un águila de cumbre ha bajado por estos roedores y lagomorfos.

Entrando al recorrido, caen unos suelos profundos hacia la quebrada, los que afirman unos bulbos silvestres de coloridos huilles, conocidas flores que pueden pintar en primavera algunos senderos. Con seguridad el profesor y genetista andino Sr. Levi Manzur los debe haber caminado en sus pacientes recorridos que culminaron con el mejoramiento genético de estas icónicas flores, en su incansable trabajo en la Facultad de Agronomía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.

Directo desde la comuna de San Esteban, de frente a la mirada del “muncu”, se puede lentamente escalar a través del sector El Huape, tierras campesinas que se encaraman con cultivos, frutales y ganadería rural. Un grito acogedor de pavos reales en el camino de media loma, indica el sendero que entre espinos y quillayes abre la huella para caminantes y mulares.

Andinos recolectores de yerbas suben en busca de esas flores amarillas de primavera, que entre zonas pedregosas agrestes se presentan en abundancia. Desde la época de los asentamientos indígenas que la sabiduría de herencia recolectaba el milagroso “bailahuén”. Si quiere encontrar este tallo leñoso, alcance los 2.000 metros y podrá tener la botica para las siguientes enfermedades: hepáticas, diabetes, gripe, fiebre, dolores musculares y otras. Don Antelmo, asegura además que caciques y conquistadores la conocían como infusiones que maximizaban su virilidad.

En noches invernales de granizo suelen escucharse gruesos rugidos atravesando la falda, en busca de liebres, aves y roedores. Los zorros culpeos buscan otros lugares, evitando los encuentros con el solitario montañés. Con la luz del día, los planeadores de cuello blanco, recorren la montaña en busca de restos de duelos nocturnos o alguna cabra desprevenida, despeñada en la quebrada.

Senderos seguros te llevan a la cumbre. Sus 2.692 msnm pueden alcanzarse en horas y en paralelo disfrutar de la naturaleza. Cactus con quintrales y loicas hacen la pintura, chaguales en racimo te invitan con el verde, cantos de tencas recuerdan las planicies, cernícalos agudos revolotean con sigilo y algún “pucará” te transporta a la comunidad ancestral que miró el valle, con disciplina militar, desde la media altura.

Nos ha tocado vivir en un mundo moderno, golpeado por numerosos eventos que llevan a meditar los errores del desarrollo, sin duda una caminata dura de chasqui a la media montaña del Mocoen, alzando la vista a la cumbre, podría conectarte con los principios originales de los incas, el espíritu indomable de los picunches y el equilibrio necesario para los desafíos actuales.

 

 

 


 
 
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