Martes, 19 de Marzo de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Panadería La Montaña…

Crónicas de Pueblo de Sergio Díaz Ramirez. Instagram @amanecerdelgallinero

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En la calle 26 de diciembre, de la comuna de San Esteban, hace 44 años don Jorge Rideau y doña María Casanova tímidamente instalaron una amasandería y posteriormente un almacén detrás de gruesas paredes de adobe, que caracterizan ese antiguo barrio, donde los parroquianos realizaban múltiples actividades, como por ejemplo el conocido criadero de caballos chilenos “El corral de don Teo “.

Calle pionera que desemboca en la Plaza de Armas y Municipalidad de la comuna, trazado principal perteneciente al damero central, en la descripción de una matriz colonial. Lo característico de entrar al local es que ha quedado suspendido en el tiempo, de tal modo que al conversar con la familia y recorrer con la mirada alacenas y pasillos, sentimos el retrato vivo de tiempos pasados, esos con alma e enjundia.

Don Jorge suspira y describe los difíciles tiempos de los inicios en la década de los 70. Se echa las cuentas a la espalda y recalca que nada es regalado, el trabajo tesonero le brota por todos los poros. Trata de dirigir la conversación, sin embargo, su empoderada mujer dibuja como si fuera ayer los desvelos y sueños que empezaban a trazar.

El trabajo no se detiene y la fila de la vereda en tiempos de pandemia, debe circular. Un kilo de pan batido, un cuarto de mortadela, dos empanadas y un trozo de queque, completa una cuenta asequible, para ese campesino que sube a una bicicleta y acelera en dirección al packing de los Anjari.

De todas maneras, el dialogo fluye y por nada del mundo quiero distraerme. Las descripciones de pretéritas épocas son perfectas: cuando en carretelas llegaban los sacos de harina desde el molino Aconcagua, o las barras de hielo protegidas con sacos de osnaburgo, para las hieleras que permitían conservar mantequilla y cecinas.

Su hija Johanna atiende y se limpia una lagrima de emoción al escuchar de sus padres relatos vividos, que con el pasar del tiempo son mas atesorados. De tal palo tal astilla y sigue asistiendo el incesante transitar de vecinos. La verdad, la fiel clientela privilegia la calidad más que la cercanía. Desde El Higueral, Lo Calvo, Las Golondrinas, Santa Teresa, Severo Vargas y tantos otros lugares, se apersonan por esa marraqueta crujiente.

Inicios de los 70 y don Jorge junto a su padre Daniel, ambos panaderos de Los Andes, recorrían las calles de San Esteban en viejas carretelas, para las entregas diarias de los pedidos de diferentes casas. El destino lo hizo conocer a don Nino Zenteno que desde aquellos tiempos le arrienda el local, que ha sido su única morada como negocio.

Consulto por el nombre de “La Montaña” y al unísono y remontándose a la edad de 21 años y con el amor a cuestas, en la despejada calle, miraban los montes nevados que besaban el pie del valle, de ahí nació, como homenaje a la característica principal de nuestro sin igual Aconcagua.

Como la vida, no todo ha sido miel sobre hojuelas. Mas la unión familiar ha sacado adelante la empresa, que incluso se ha dado maña para crecer a través de una sucursal en calle Los Olivos, a cargo de su hijo Jorge, donde las marraquetas, hallullas, amasado, shuanes y fricas, siguen siendo su sello.

Trabajo de 24 horas. Los maestros Alex y Sergio preparan la mezcla del amasijo y sus fuertes brazos, junto a máquinas no tan modernas, abrazan la masa desde las 23 horas hasta las 6 de la mañana, para componer ese desayuno campesino de un ambiente rural que caracteriza la comuna. Tres generaciones han caminado en senderos difíciles, rutinarios y esforzados, que han encontrado el producto fraterno del alimento chileno por excelencia.

El que no conoce el pan de la Montaña, no ha vivido en San Esteban, no ha entrado al túnel del tiempo, no ha disfrutado de la ágil atención de doña María, no se ha topado con el rigor del trabajo de don Jorge ni con la conversación de Johanna. Tampoco ha visto su caligráfico nombre realizado por una profesora antigua en el muro de adobe como pizarrón, no ha capeado la lluvia bajo su portal, ni ha pisado las elegantes baldosas de los pasillos del tiempo.

Su portal una poesía, sus 44 años un ejemplo, su matrimonio una fortaleza y su producto un baluarte.

 


 
 
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