Ha pasado otro año más y “abril lluvias mil” no se ha presentado y cuando en el campo la sequía se prolongaba, apareció junio y comienzan los recuerdos de hace quince o más años, cuando el valle de Aconcagua, con certeza programaba plantaciones y rendimientos en los cultivos.
Lugareños de Riecillo, en el camino internacional de Los Andes, comentan que, en décadas anteriores, las tormentas y años lluviosos la anunciaban los huanchos. Era una tradición de otoño. Con melancolía y tristeza argumentan que ya deben estar extintos, pues hace muchos años que no se ven.
Las lluvias invernales que se están produciendo aseguran que las nieves de la alta cordillera se endurezcan y guarden reservas de manera natural para los riegos de primavera y verano. Que las nieves eternas o glaciares no se despeñen por la pendiente y que las napas subterráneas suplan parte del déficit.
Con la bajada de los huanchos, las majadas de ovejas de Sergio Vargas en los ochenta, en los cerros de San Miguel, seguían la curva natural de los pastos, con encastes en diciembre, pariciones en mayo y crías terminadas en septiembre. Pues los cerros se llenaban de verde en toda la época de lactancia.
Los hermanos Saavedra, por allá en Lo Calvo, eliminaban los peñascos gigantes destruyéndolos con fuego y sacándolos, para así aumentar la superficie de suelo y lograr los sueños de la reforma agraria, cultivando la vid en los pies de monte.
Bajando los huanchos pudo transformarse el valle y los cultivos de secano dieron paso a miles de hectáreas de vides, nogales y prunos, convirtiéndose así en uno de los lugares más importantes de producción frutícola del país.
A inicio de los sesenta, se hacían los estudios geológicos para acumular los millones de litros del caudal que bajaba hasta el mar y así se iniciaba el sueño nunca cumplido de “La Puntilla del Viento”. Esperemos que estos milímetros incentiven nuevos estudios y por fin se concreten.
No solo la agricultura ha extrañado los huanchos, la gran minería de nuestros cajones cordilleranos en Río Blanco y Rio Colorado, donde se utiliza el agua para que la roca renuncie a los minerales, como también las turbinas de las hidroeléctricas de la zona y empresa de agua potable.
La energía del agua que mueve la vida, la que ancestralmente pregonan los huanchos, pequeñas aves que viven sobre los tres mil metros sobre el nivel del mar, en zonas de planicies, matorrales y que en inviernos rigurosos bajan a la precordillera buscando semillas, pastos verdes y abrigo. Si bien aún no han bajado, no están extintos, vuelan en los roqueríos de nuestra zona andina, para tranquilidad de los habitantes de Riecillo, quienes durante años miran al cielo esperando el aleteo continuo que anuncia los buenos años.
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