Como todo “Cariño “tiene mucho que contar desde que era un caserío y lo recorría “el viejo del saco”, o cuando quedó en los libros de historia por el desaire del brigadier Las Heras, o cuando se despejaron las termas en una loma del sector. Dicen que lo acompaña la historia. Sin embargo, lo que lo distingue es su gente: afable, distinta, única y suspendida en el tiempo.
Calles Reyes y Roma se denominan las principales, más no son las características imperiales que lo caracterizan. Por el contrario, una calma silente, una brisa cómoda, un pie de monte elegante y una amalgama inigualable entre el oro y el mendrugo.
Historiadores, viveristas de camelias y cactáceas, grandes y medianos emprendedores, lagares perdidos, los migrantes italianos, agricultores, apicultores, ceramistas, residentes canadienses, huasos domingueros y campesinos del 1900.
Esas murallas de adobe con gente en el dintel o en la banca de la vereda que ve circular el día, conversar la tarde, el asomado con desparpajo, que clava la mirada en cada movimiento. El que no trepida en tener la solución al más mínimo problema de la comunidad. Ese vecino útil, aparentemente callejero, lo encontramos en este rincón masticando una costumbre más que centenaria.
El humor del campo chileno no puede estar ausente, el día a día se describe con apodos. Las actividades de las personas impregnan a fuego ciertas características que no necesitan explicación. Caminan entre las curvas de la huella los actores característicos de este “Cariño”: la “camión chocao”, el “diente de gallina”, “gusta de yegua y el infaltable “pata de vaca”, entre muchos otros.
Como todo Cariño, no todo es perfecto y en este caso hay una gran falla, como la vida, con aciertos y de lo otro. La fractura es la que continúa de Pocuro, donde los esfuerzos tectónicos, incluida la gravedad y empujes horizontales han deslizado dos bloques. Recientemente descubierta, estaba ante nuestra vista. Sin embargo, fue un geólogo francés quien bajando de la cordillera correlacionó unos depósitos fluviales ubicados en El Sauce.
Hace unos diez años, Régine Pasquier y su marido llegaron de turistas desde Canadá y recorriendo la plaza de Los Andes, se sentaron y encontraron el ritmo de Europa de hace 50 años. En ese momento decidieron vivir su adultez mayor en algún lugar de Aconcagua. No fue casualidad que eligieran el Cariño. De los cuatro rumbos de la provincia, uno los llevó a ese destino. Paredes altas de adobe que requerían restauración y otra mirada, vecinos amables, la sencillez del crujir de la antigua puerta y encontrarse con un campesino arreando una vaca en la calle delante de sus ojos…lo idílico que normalmente no vemos.
Temporada pasada se fue don Enrique Zelaya, descendiente de los que iniciaron los mostos en 1890. Familia de artesanos destiladores, de esos a los cuales la vid les cuenta todos sus secretos, de raíces centenarias al igual que sus cepas. Con seguridad sus caldos habrán facilitado el camino con San Pedro. Toma la posta su hijo Max Zelaya, de manera que el Cariño continua con la tradición.
Termas El Corazón, sello de calidad a nivel internacional para El Cariño, inimaginable cuando en la década del 40 el matrimonio Bianchini-Frost, adquiría estos terrenos a Wenceslao Tejedor. En la actualidad, con la tercera generación en la actividad hotelera, el salto de calidad nos enorgullece a todos los andinos.
Tierra de lomajes de precordillera donde caminaron indígenas y colonizadores, ricas tierras al norte del rio Aconcagua, donde el encomendero don Andrés de Toro y Mazote por allá en el 1700 cabalgaba sus bosques esclerófilos. Como telón de fondo la cordillera de Los Andes, donde vuela el cóndor y vigila el puma, tierra heredada y elegida por emprendedores, profesionales, artistas, campesinos y mineros, formando el actual “Cariño Mágico”, donde la gente llega pero jamás se va.
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