Años 80 y don Roberto González, destacado y fallecido entomólogo de la Universidad de Chile, se admiraba de la presentación de un ejemplar de Chinche Molle en el insectario de su ramo de zoología. Claro está que quien presentaba era la mejor alumna de la promoción. La situación se comentó entre los compañeros y sólo se supo que ese insecto ancestral y endémico era de muy difícil recolección.
Décadas después, David Salas, técnico agrícola y naturalista por vocación, recorría el sector de Portillo, cerca de los 3.000 metros sobre el nivel del mar. Era una noche de verano y un especial y fuerte olor le llamo su atención, alumbró con la linterna y con sorpresa encontró en yunta o pareja los fósiles vivientes. Los que determino unos días después la Carola Romero del laboratorio El Sauce, Los Andes.
David ha recorrido innumerables veces ese ecosistema, generalmente de día, fotografiando y describiendo flora y fauna. Su espíritu aventurero lo hizo caminar de noche. Generalmente aplica la máxima de “conocer para proteger”, pero desconocía la yunta. No sabía, hasta esa noche, que en Los Andes centrales habitaba uno de los insectos, parientes de los palotes más antiguos del planeta y, que además, solamente privilegian con su presencia a chilenos y argentinos.
Conocidos desde tiempos remotos. Fueron llamados “chinche moyos” por los quechuas, haciendo referencia al mecanismo de lanzar su liquido defensivo desde el tórax, y “tabolango” por los mapuches, al igual como se les denomina en el sector campero de Calle Larga, paralelo a Los Villares, tierra de huasos y antiguos componedores de huesos, álamos y curvas.
Si bien fueron descritos científicamente en el 1800, los primeros habitantes de la zona los utilizaron para el tratamiento de tumores y heridas, sobre las que colocaban el polvo obtenido de la molienda de los insectos, lo que produciría la sustancia éter etílico, desprendiendo gases de formol. En principio podría esperarse una acción benéfica sobre las heridas, lo que de manera intuitiva nuestros antepasados habrían descubierto.
Estudios científicos indican que existen seis especies del género, todas están presentes en Chile y solamente dos en Argentina, siendo cuatro endémicas del país. Son tan singulares y antiguos que ejemplares se encuentran dispersos por el mundo en museos tan importantes como Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, The Natural History Museum de Londres, Hungarian Natural History Museum de Budapest, Museum de Histoire Naturelle en Geneve y Museo de la Plata, entre otros.
Con claro dimorfismo sexual, es la hembra que destaca con sus diez centímetros de longitud, la que una vez fecundada observa como los estados ninfales se van desarrollando y comprobando que desde el norte hasta Patagonia, acantilados y valles sureños son testigos de una presencia en estado de conservación “no amenazado”, a pesar de los siglos o milenios de existencia.
Un fósil viviente tenemos en la cordillera de Aconcagua, camina en la hojarasca y descansa bajo las rocas, se defiende con milagrosos químicos y vigila la noche de Los Andes. Ha sido testigo del paso de nuestras civilizaciones, se conocieron con quechuas y picunches y en la actualidad gracias a David Salas Villenas lo reencontramos para admirarlo, protegerlo y ponerlo en valor.
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