Antiguo fundo Condoroma de la familia Rodríguez. Construcciones añosas, señoriales, con ambientes ganaderos y agrícolas con alfalfa, cultivos y frutales. Alrededor de los silos en la década del 50, se criaba un pericote, generalmente despreciado, además flaco y nada de bien parecido, sin embargo, se las arreglaba para crecer y desarrollarse, pues su viveza e inteligencia lo destacaban.
Miraba como los peones del fundo abrían los surcos, esparcían la simiente y la tapaban con suelo húmedo y fertilizantes. Le encantaba, desde la caja de herramientas, ver como el tractorista pasaba los cambios que potenciaban su máquina. También sacar las galletas del fundo y los quesos maduros para desayunar en abundancia.
En la parrilla de la bicicleta se acomodaba para los traslados al interior del predio, le costaba afirmarse en los irregulares caminos que se recorrían y en más de algún salto quedo enredado en la rueda trasera.
A la par de la época un niño, hijo del campo, crecía con rigor y ojotas en los crudos inviernos andinos, aprendía rápido y su esmirriado físico se compensaba con la rapidez que adquiría las habilidades. La harina que llegaba del molino casero era cargada por Jorgito, quien la acomodaba todas las semanas y quedaba como caballo tordillo de potrero.
El pericote, inquieto en su pubertad, recorría el campo hasta conseguir una ubicación privilegiada en el packing de uvas, desde una correa transportadora, dentro de un cajón cosechero, podía mirar a su ratona elegida, que también se instalaba en ese lugar. Las miradas se cruzaron una sola vez y bastó para buscar nidos comunes.
Cuadras de cultivos de maíz y trigo crecían en las primaveras. Los trabajadores extenuados regresaban del campo para tomar bicicletas, caballos o carretelas y volver a casa. El pericote quedaba en el zaguán del fundo, descansando y esperando el movimiento del amanecer y la llegada de su coqueta ratona.
Década de los noventa y don Jorge, ya crecido, se ocupaba de la administración del fundo y, con una experiencia sin igual, era extremadamente exitoso en el cultivo de papas. Incluso, tímidamente, ya arrendaba una superficie importante fuera del predio. Tanto así que en un par de temporadas sólo tenía lugar su trabajo independiente, alcanzando sobre 300 hectáreas de su cultivo favorito. El maíz y la alfalfa sólo como rotación, las papas eran su maná.
Una importante casa pudo construir en el Callejón Sur de la cancha de aviación, entre Los Villares y Curimón. Una mansión que a su ratona no le acomodó y sólo en una villa se conformó.
El pericote de Condoroma, don Jorge Carvajal, el autodidacta del cultivo, el papero de Los Andes, el de los bolsillos llenos, el que encontró su ratona en los cajones cosecheros de un packing, recorre orgulloso sus campos, multiplica sus semillas y da una lección de vida y esfuerzo.
Creció en la necesidad, saltó el canal, descubrió los cultivos y se le abrió el mundo...
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