Jueves, 28 de Marzo de 2024  
 
 

 
 
 
Cultura y ciencias

Costumbrismo Rural… Invernadas del pasado …

Crónicas de pueblo por Sergio Díaz Ramírez, Instagram @amanecerdelgallinero

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La ruta larga del vaquero, para un rodeo de invernada en esos campos pasados, hacían prender la vela de Ramón Garrido a las 3,30 de la madrugada. El bufido entre penumbras de su yegua Sotana, al sentir sus zapatos de huaso, era el saludo, correspondido por el lazo sobre las crines y palmoteo en el pescuezo. Una tímida luna daba en rigor la única lumbre entre las nubes amenazantes de junio. Camino al corredor del ensillado un misterioso canto de un búho vigilante sobre el sauce seco, innegablemente causaba un dejo de inquietud, al confundirse con el desgarro del tetué.

Una manta de castilla azabache, hacia más oscura la noche al cabalgar hacia el interior de la hacienda. Un par de horas a paso ligero encontraba a cinco vaqueros en los pies de la quebrada La Capitana. Isaías ya tenía listo el fuego con palos secos de tebo y dos cepas de espino, para que se fueran acercando las choqueras con agua de vertiente, que bajaba sin descanso desde el interior de la tierra. Galletas de fundo, trutos de pollo y conejo amenizaban ese desayuno.

Al rayar el sol y con el cuerpo caliente otorgado por el té con boldo, partían los arrieros en busca del ganado. Una codorniz perdida se acicalaba y entonaba sus mejores trinos, anunciando el amanecer de la jornada. Una veintena de perros caminaba entre las patas de los caballos. Era la jauría experta en sacar los animales desde la tupida quebrada. El capataz ya intuía la ubicación de los rebaños y distribuía los vaquianos, siempre subiendo a ambos lados de la hondonada.  

La invernada pastoril era lo más utilizado a mediados del siglo pasado, cuando los campos no disponían de suplementos alimenticios en la época fría. La Capitana guardaba lugares abrigados y algunos abiertos para el crecimiento de teatinas y algunos trevillos. Aguadas eternas destilaban entre peñascos, donde las huachas de cerro saciaban su sed y llenaban ubres para terminar la cría de sus terneros, nacidos en la primavera anterior. Los ramoneos de colío ayudaban sin desmayo en la dieta de los vacunos.

La huella de pumas no sólo se encontraba en rededor de una aguada, sino también en algún despojo de un ternero desafortunado. León se le llamaba en la montaña y mientras la cabalgata seguía, se sentía la presencia del felino, no sólo a ras de piso, también entre la copa de alguna coguilera. La inquietud del sabueso leonero de Adolfo Santander lo marcaba certeramente y llenaba de nerviosismo las bestias ensilladas. Unos gritos guturales de Carmelo, el más experimentado de los vaqueros traía la tranquilidad nuevamente al grupo.

El sol de invierno invitaba a media mañana a Osvaldo a encender un chagual, costumbre de la época, pues su savia hacía de acelerante y fuera de templar el ambiente, daba su posición en la ladera sur del Barranco, sector del Infiernillo. Continuaba con un alarido muy ronco que indicaba el hallazgo de una vacada perdida desde la navidad. Ramón Garrido daba señas de tranquilidad pues una de las tareas para la jornada era su hallazgo. Los perros no paraban de ladrar al encontrar unos sabuesos ingleses amarrados en mancorna, lo que indicaba una corrida clandestina de zorros.

Al mediodía alcanzaban una aguada en la media falda, donde un comedero ofrecía bloques de sal al ganado, como esencial suplemento. Era un punto estratégico, pues ahí podían llegar los animales y observarlos, mientras se compartía el almuerzo. Un viejo brete de pilares de molle y varas de acacia afirmado en oxidados alambres, había servido toda una vida para atenciones de emergencia, tratamientos inyectables, desparasitaciones y una que otra señalada. Mientras Elías tusaba tranquilamente su manco, el capataz salía a tranco ligero para alcanzar la cumbre y rodear uno que otro piño.

En la actualidad, a pesar de la sequía, los recursos para la invernada son variados y todos los conocemos. La fábrica de los concentrados, peletizados, granos, ensilajes, avenas, alfalfas y rastrojos, cumplen con la alimentación invernal del ganado. La producción de carne es una industria que dejó muy lejos a las invernadas pastoriles de antaño. Esos ganados que buscaban su sustento día a día durante meses, sólo quedan en contados rincones de los campos del país. Recuerdos imborrables de las tradiciones camperas.

Ha llegado nuevamente la noche, el golpeteo de los cascos de la Sotana se sienten claro en el maicillo del camino, a la bajada del monte. El búho ya susurra en el sauce seco, esperando su rutina. Ramón Garrido, el centauro de mil arreos en la quebrada, ha bajado del caballo y toda la familia espera sus aventuras. Siempre en tono amable y entusiasta, el inagotable capataz ya imagina la siguiente madrugada.

 

 


 
 
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