Fiestas Patrias de los 90 y la tradición señera de la familia Berríos de Calle Larga era ir al cerro, en algún lomaje de Rinconada para celebrar a Chile como Dios manda, comida, música y zapateo incluido.
El lugar específico no importaba, los alambrados actuales no se conocían, los letreros de recinto privado aún no se diseñaban, los “fuera intrusos”, no eran parte del alma de la convivencia de hace 30 años atrás. Manuel y su familia no requerían salvoconductos para tirar el asado y competir con los sacos a la cintura.
Las visitas de Valparaíso llegaban con anticipación y esa larga semana previa, servía para ponerse al día con las novedades familiares y preparar lo necesario para el paseo patrio recreacional. Torta, pan de huevo, el costillar de cordero, sacrificado a corta distancia de su casa, pan amasado de la tía Clorinda de Cerro Alegre y para qué decir de la chicha y empanadas.
Manuel recorre actualmente esos caminos cercados, se atochan los recuerdos de juventud, los sueños de la edad temprana volaban como los volantines pechuga tricolores, pegados con engrudo casero. Esas ñeclas de ramas de escoba alcanzaban alturas insospechadas y una carta por el hilo recorría hasta llegar a los tirantes, que eran la meta de sus secretos guardados.
La familia que iba al cerro era de esas autosuficientes, con ancestros campesinos, los que ven detrás de las quebradas, que escuchan el silencio y el canto de los truenos, los del amasijo en hornos de tarro y manos hábiles. Esos hombres y mujeres que pueden caminar en senderos oscuros y no tropiezan porque sus pies nacieron en caminos escarpados.
Ese día especial se iniciaba a las siete de la mañana, las camionetas no abundaban y varios viajes desde la casa al cerro lograban trasladar toda la familia. El campo de septiembre mostraba ballicas muy verdes, productos de años buenos en lluvias, que escapaban a los tiempos de muerte global que nos acompaña en la actualidad.
La vida era tan diferente que los huasos que pasaban a los rodeos eran saludados de manera natural y más de una yegua era prestada para un paseo de los niños, que hacían fila para demostrar su valentía al dominar ese relincho nervioso de la colorada tapada.
Los tiempos actuales que transita Manuel son mucho mejores económicamente. Sin embargo, una lagrima no logra retener al sentir que esas Fiestas Patrias eran de verdad, ya que ni la política, ni las clases sociales sobrepasaban el interés genuino de celebrar por nuestro suelo, aquel de limites intangibles, ese del abrazo generoso que recibía al hermano y al extraño.
La familia Berríos ha intentado estos últimos años revivir esos paseos. Que el joven Lucas y hermanos se emocionen con las anécdotas familiares, mas los cerrojos que protegen las curvas de nivel con Hass, los desubicados cultivos de arándanos, totalmente fuera de espacio, suelo y clima y especialmente el cerrojo prepotente del alma actual, lo han impedido. Lamentablemente no es sólo el virus que nos impide recobrar la naturaleza, que debiera ser para compartirla.
Bendita tierra chilena en que momento te perdimos el respeto, qué hacer para recuperarlo y que las familias Berríos de nuestro valle puedan en caravana subir los cerros heridos y recuperar la ecología perdida de poder celebrar y abrazar el concepto de patria y de Aconcagua.
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