Al sentarse con don Tato Lepe, veíamos un roble pellín, de esos de 50 metros y 600 años, de esos que los Celtas le atribuían un significado místico o misterioso, con poderes mágicos, espíritu propio y guardián de hadas. Esa generación que nos ha dejado tanto y que aun la historia no escribe.
Andino reconocido, tranqueó un sinfín de potreros, cuadró mil plantaciones y enhebró ilimitadas cercas. Se imaginaba y realizaba el trabajo bien hecho, duro en sus órdenes, maestro en sus acciones, mente rápida y cálculos exactos.
También supo de plantaciones en Buin, manzanos, perales y ciruelos, trazados, ahoyadura, injertos, abonadora, desinfección, poda, producción y cosecha. Labores de ADN, de esas con que se nacen, de esas que no se aprenden, sólo se enseñan.
¡Oiga Lobito, hágame caso, póngase aquí y haga de referencia!... ¡Usted don Luis, cuando le diga, traslada la lienza y tú Fernando, por favor, suelte el teléfono y concéntrese!
... Imagen real de tareas de campo, que con firmeza dirigía.
En la mente tenía, la plantación de parronales y viñas, viviendo la época de poner las plantas, a raíz desnuda o en bolsas, diseño, postura de estacas, apertura de hoyos, cuidaba de poner la tierra superficial en el tramo de las raíces, aporcado, hincado de la vid, profundidad, plantación manual, puesta de tutor, riego.
En la poda, sólo su tijera, oxidada pero aceitada, le corría con maestría, no paraba de relatar lo que estaba haciendo, son cátedras que se llevó el viento, pero atesoraron sus compañeros de ruta. La catalogaba como la operación principal, eliminaba brotes, hojas, flores y otras partes vegetativas, para, vigorizar, desvigorizar y regularizar la producción de la planta. Impulsar fructificación, uniformar producción, mejorar calidad de uvas, repartir la savia, para lograr el mejor equilibrio posible.
Sin duda dejó mil historias. Una me impactó al conocerlo: dentro de su fortaleza, pensé que estaba cometiendo un grave error, ante una falla del rotor, utilizó sus grandes manos y revolvió la mezcla del insecticida, realmente me impactó. Con el tiempo he tratado de buscar un significado a esa temeraria acción. En una conversación imaginaria, creo haber encontrado la respuesta. Algunas veces el fin justifica los medios, el logro no mide los riesgos, la voluntad no se detiene, ni retrocede… Así se duraminizó ese roble pellín, enrojeció su madera, resquebrajo su corteza y alcanzo los dos metros de diámetro.
Nos enseñó la técnica de plantación, vivió la fruticultura e hizo producir el campo para nosotros. Sin embargo, su obra superior, la de su corazón, fue por un lado de mayor delicadeza, el de la floricultura, abonó el terreno con tierra fina de harnero, multiplicó halagos en la poda, más de algún injerto experimentó en el cultivo, hasta crear la variedad que lleno su gusto, la que lo acompañó hasta el final, esa elegante flor que llamó Carmen Rosa.
Cuando llegó la tarde de la vida, esa oración de cielos difuminados rojos y blancos, el amigo Tato agrandó su imagen, volcó su alma en Rosita, Fernando y amigos verdaderos. Volcó su alma en su pequeña viña, en sus recetas culinarias y su vieja camioneta. En su fiel trabajador y compañero, pequeño pero enorme Raúl, quien, en sus pegas, lo sigue soñando. En su pastor Zeus, quien después de su partida, jamás, pero jamás ladró…
Cultivó la vid, la del creador, la más antigua, la que puede crecer entre piedras y suelos delgados, pero así y todo penetra profundidades con sus raíces… Así fue Tato Lepe, el hombre que supo dejar huella…
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