La frustración es el sentimiento que surge cuando no logramos conseguir lo que queremos o deseamos, esa reacción de molestia, ansiedad, depresión, angustia, enfado. El problema no está en el dolor o la frustración que experimentamos, si no en nuestra actitud ante ellos. No vemos el dolor como algo soportable, sino que lo vemos como algo totalmente destructivo que acabará con nosotros rápidamente si no lo mitigamos. No consentimos que haya dolor en nuestras vidas, pensamos que es horrible y tremendamente injusto sufrir eso. ¿Hay algo que hacer al respecto?
La frustración es parte de la vida, no podemos evitarla, ni huir de ella, pero sí podemos aprender a manejarla y superarla. De bebés, cada vez que pedimos algo, los adultos de nuestro alrededor se esfuerzan por darnos aquello que pedimos, y es lógico ya que nuestras demandas suelen corresponder a necesidades primarias como comer o dormir. Conforme vamos creciendo, empezamos a vivir experiencias que nos generan frustración, ya que dejamos de querer solamente cosas básicas, para pasar a desear cosas que no son totalmente necesarias para nuestra supervivencia.
Es una tarea difícil por parte de los padres ir demorando estas gratificaciones, pero totalmente crucial a la hora de desarrollar la tolerancia a la frustración. La clave está en que desde pequeños nos vayamos acostumbrando a no tener inmediatamente lo que queremos, a saber esperar, a no desquiciarnos y tener rabietas cuando nos piden una contraprestación o un tiempo para conseguirlo. Si esto no sucede, si a ese niño que va creciendo sus padres y demás entorno le siguen dando todo cuanto pide, todo cuando “necesita” al instante, este niño cuando sea adulto, no habrá adquirido o desarrollado herramientas para controlar su malestar. De esta manera, este adulto experimentará gran malestar cuando le pongan límites, cuando no pueda satisfacer sus deseos de forma inmediata, y querrá poner fin de rápida a esa desagradable sensación que no sabe manejar. En consecuencia, será un adulto que solamente piense en su bienestar en tiempo breve, sin tener en cuenta las consecuencias a medio y largo plazo.
No es ilógico entonces que ante cualquier adversidad u obstáculo que encuentre una persona con esta carestía de habilidades para manejar el malestar, se desmotive y abandone la actividad o proyecto en el que había puesto su esfuerzo. Esta falta de tolerancia está ligada a las creencias de que todo en la vida debe ser fácil y nada debe generarle malestar, ya que el dolor es algo horrible e insoportable. ¿Cómo podemos cambiar estas creencias?
En primer lugar, es necesario reconocer que el mundo no gira entorno a lo que deseamos, y que no siempre vamos a conseguir todo lo que queremos. Además, es beneficioso pensar en que las recompensas a largo plazo suelen ser mayores que a corto plazo, es decir, que a veces nos conformamos con poco por querer tenerlo de forma inmediata, antes de esperar un tiempo y conseguir recompensas mayores. Es innegable que el malestar y el sufrimiento son desagradables, pero no insoportables, ya que podemos aprender de ellos y fortalecernos, logrando un mayor nivel de bienestar. Todo depende de la actitud y forma de pensar con la que queramos abordarlos.
En segundo lugar, es beneficioso no dejarse llevar por las emociones (frustración, tristeza, cólera, enfado, rabia). Esto nos permitirá reflexionar y analizar la situación, de modo que podamos buscar alternativas para conseguir nuestros objetivos, lo que nos ayudará a tener mayor capacidad de recuperación emocional y nos dará una mayor estabilidad.
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